2 de septiembre de 2008

Joderse la vida a uno mismo

Observar la vida de los otros muchas veces puede resultar muy útil para saber qué es lo que uno no debe hacer. O ni tan siquiera osar de proponérselo. Y, en esa línea, la antropología casera puede ser más útil todavía. Sin poder evitarlo -están justo enfrente, con sólo un jardín que nos separa- una familia de cinco miembros pasa los fines de semana ante mis ojos.


Y estas líneas vienen a cuento cuando vi cómo una de las hijas tuvo que salir a correr al gato fuera de la cerca. El pobre bicho puede salir a respirar aire, pero siempre atado con una soguita al cuello y vigilado las 24 horas. Un gato atado. Sujeto: “gato”. Predicado: “atado”.


A partir de la desesperación de la niña, y de su madre, y la de sus hermanos y la de los vecinos cuando parecía que el felino por fin rompía las cadenas, recordé la variedad de cosas que esa familia colocó ante sí para complicarse su día a día.


En poco menos de un mes de estadía, se llenaron la casa de electrodomésticos. Y ya vi en la puerta, dos veces, la camioneta de un reparador de artefactos de la zona; ésos oficios que sólo se ven en algunas películas de bajo presupuesto.


También fui testigo de varios cambio de muebles con insultos de por medio a la mueblería. Las paredes prácticamente están ocultas.


Supongo que deben tener los fondos suficientes para sostener esta segunda residencia, así como las dos camionetas (con lo cara que está la nafta, la patente y el seguro), como las cuotas de los electrodomésticos, los muebles y la comida del gato, además de la alimentación de los tres hijos y los gastos básicos de cualquier ser viviente.


Lo más curioso, sin embrago, es que se supone que en ese hogar van a despejar su cuerpo y su mente los fines de semana. Pero según lo que veo, la actividad nunca cesa, con gente yendo de aquí para allá; la empleada doméstica limpia el piso entre los cables de la playstation, la madre dando indicaciones, los chicos siempre planeando qué hacer para matar el tiempo si es que no están sedados viendo la tele. Y con la atención puesta, además, en el pobre gatito.


Aunque no lo sepa ni tenga forma se saberlo, la hiperactiva pareciera seguir el patrón de la mayor parte de las mujeres de su edad –unos 45 digamos- y estrato social –medio alto tirando a alto-. Son las que se llenan la agenda personal con actividades extras: gimnasio los lunes, natación los martes, danza oriental los martes (a última hora), idioma japonés los miércoles, hatha yoga los jueves y cocina tailandesa los viernes. Lo que sea con total de que no quede ni un huequito. Según postula la vox populi, el tiempo libre muerde.


Esta familia, sigo, suele salir de casa a los gritos y a los camperazos. Como si en su rutina ya estuviera pautado que hay que hacer muchas cosas, sin parar, para que, al final, no haya tiempo para nada más y salir a las apuradas de casa.


Libros, revistas o papeles escritos, más allá de los manuales del reproductor de DVD, nunca vi sobre la/s mesa/s de esa casa. No les vendría mal un curso acelerado de narrativa los sábados a la mañana.

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