22 de abril de 2008

Uruguay se ríe de nosotros

Ciudad Vieja de Montevideo, julio de 2007. DIEGO GUELER

Les cortamos los puentes fronterizos hace casi un año y medio. Les tiramos humo durante diez días. Les vendemos los programas de televisión más banales, que aniquilaron toda iniciativa de producción nacional charrúa.

Nos
envidian porque nuestro fútbol es más competitivo y porque nuestra Selección de fútbol se clasifica a todos los mundiales, cuando la de ellos, no.

Nuestros
dólares llenan la barriga de su economía en Punta del Este. Hasta les pagamos impuestos inmobiliarios por propiedades que tienen la persiana baja nueve meses al año.

Sus futbolistas -pongamos Enzo Francescoli y el Manteca Martínez- fueron ídolos absolutos en el fútbol argentino a principios de los '90 como dos argentinos más. El griterío de "uruguayo, uruguayo" es ya un clásico.

Argentina es noticia a diario en Uruguay. Si hasta Clarín y La Nación se consiguen en la 18 de julio con tanta facilidad como El País o La República. Todos los programas argentinos de mayor audiencia también se ven allá (mi prima Mariela conoce todos los cotilleos argentinos en detalle).
En cambio, Uruguay sólo es noticia en Argentina por causas mayores.

Argentina terminó de asfixiarse en diciembre de 2001 y, por el efecto arrastre, extendió sus manos y ahorcó a su vecino más débil. Nuestro país se "recuperó" después de 2003, pero a Uruguay le costó bastante más. Ni siquiera se "recuperó" todavía.

Q curiosa es la relación entre los argentinos y los uruguayos. Es algo más que un vinculo geográfico. Si hasta nos parecemos en todo, salvo en el canto del habla, la temperatura del mate y los cobradores arriba de los buses. Prueba de ellos son los muchos flechazos de amor que cruzan el río contaminado en formato de audio, chat o e-mail cada noche.


Ciudad Vieja de Montevideo, julio de 2007. DIEGO GUELER

Lo que me llama más la atención es que siendo tan semejantes en lo social y cultural, en la Argentina ocurran cosas que allí no pasan ni por asomo. Serán menos, pero es no implica que se tengan que querer más. O despreciar menos, mejor dicho. Porque esa violencia permanente, el rencor, la envidia, los patoteros y el hijodeputismo galaponantes de la Argentina no son moneda común allí.

Son igual de pobres - o más- que los argentinos pero en Montevideo no hay cartoneros (ni trenes de cartoneros ni mafias de cartoneros), los mendigos no intimidan a los transeúntes y la Policía no tiene que escapar a los tiros de las villas cada semana. ¿Por qué será?

Los políticos se insultan como niños, como en todos lados, pero los gremios no tienen tanta vos y poder y la mafia no manda como aquí. El presidente uruguayo, Tabaré Vásquez, no quiso responder muchas preguntas sobre el contencioso de Botnia. Su silencio y abandono de la causa fueron inequívocos. De hecho, un primo uruguayo, Sergio, me dice que no piensa volver a la Argentina hasta que no cambie el Gobierno argento. Y así piensan decenas de miles de uruguayos. Aunque no por lo tanto que los jodimos -el piquete, el humo, la crisis, Tinelli-, sino porque, a pesar que sienten un cariño especial producto de esa curiosa hermandad, ven que sus vecinos se están agarrando a trompadas por causas injustificadas.

En las tandas publicitarias de
Bailando por un sueño, unos familiares me mencionan el conflicto entre el Gobierno y el campo, el humo, la inflación y otros sinrazones argentinos al por mayor. Y se ríen. Se ríen de nosotros. La verdad, tienen porqué.

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