18 de marzo de 2008

Sobre la violencia en el fútbol argentino

LA BOMBONERA, SET 2005 (DIEGO GUELER)


Cada equis meses, algún hincha de algún club de Primera División del fútbol argentino muere antes, durante o después de un partido, en el interior, en las inmediaciones de algún estadio o a quinientos kilómetros de la cancha. De esto ya sabemos desde hace bastantes años. Se encienden las trompetas de las críticas, la vociferaciones al por mayor y a mitad de precio. La culpa o responsabilidad, es siempre, de los otros: de la AFA por no poder ofrecer garantías de seguridad, de la Policía o Ministerio del Interior de turno, o de algun organismo creado para la ocasión que tampoco da la altura. Y si no suspenden los partidos que todavía no se habían jugado, van más protagonistas del fútbol a la horca. No es tan fácil detener el monstruo del fútbol como se exige: además de los dueños de la pelota -los patrones de la TV, los sponsors y algunos presidentes de clubes-, decenas de familias, las de los cocacoleros de la popu o las de los empleados que cortan la entrada de la platea, subsisten por puestos de trabajo creados en alguna institución del mapa fútbol.

TODOS son unos incompetentes. TODOS son corresponsables. Ese TODOS, de uso fácil, se esfuma en la niebla y pocas veces ruedan cabezas, si es que la horca es el método más efectivo para acabar de una buena vez con los episodios de violencia en el fútbol.

Existen muchos ejemplos que evidencian un mal manejo de la situación. Si unos incidentes los provocan los hinchas de un club de la A en un partido contra un equipo de la B Nacional, pero la sanción tras una muerte (del conjunto de la B Nacional) recae en la categoría inferior -como ocurrió tras el Nueva Chicago-Tigre en el repechaje-, uno tiene el derecho de sospechar con fundamentos sólidos sobre el coeficiente intelectual de quienes toman las decisiones en estos asuntos. Ahora los hinchas del Ascenso no pueden ir a ver a sus equipos en condición de visitante.

En Inglaterra, la mano dura, teledirigida desde en forma vertical desde el mismo gobierno, erradicó a los violentos del fútbol. Los hooligans went home. Pero en nuestro país, la mano dura se presta a equívocos -los bigotes y el falcón verde- y, como ya tenemos sobradas experiencias, no lleva a ninguna parte... deseada. Las recetas del Norte, en este caso, no nos sirven, porque, además, la violencia es estructural y natural de la identidad argentina actual. ¿Alguien lo duda? No todos reaccionamos a la piñas, claro que no, pero si un considerable porcentaje de la población. En la isla del Atlántico Norte, en cambio, aún leemos historias de sangre en las páginas del Sun, pero los homicidos descontrolados que cada día nos obsequian junto a la medialunas las páginas de Policiales de la prensa argentina ganan por goleada: 6 a 1.

La semana pasada, un obrero asistió a una mediación en la que la empresa contratante le iba a anunciar que iba a un juicio por una falta que el trabajador había cometido. Éste, al enterarse de su inminente infortunio, sacó un cuchillo de cocina que tenía escondido en una bolsa y mató de dos puñaladas a una abogada y a su asesor. No jugaban River ni Boca ni Sacachispas.

Conjetura: ¿si al hincha de Vélez lo mató un borracho del bajo Flores que ni idea tenía del partido que iba a disputarse entre ese equipo y San Lorenzo? ¿Por qué se trata la violencia en el fútbol en una sala de terapia intensiva diferente al de la violencia de la sociedad, la cotidiana? ¿Acaso los barrabravas se transforman el fin de semana y el resto de los días se portan como unas señoritas? Cuesta creerlo. Claro, se suele decir que, en los partidos de fútbol, los hinchas descargan las porquerías acumuladas en su basurero durante la semana. Con más razón aún.

La raíz de este cáncer, hay una coincidencia unánime, es la educación, o la falta de ella. No se trata de distinguir entre bien educados o mal educados (los malos modales son también propios de los millonarios), sino de la constancia elemental, infantil, de que pegarle al otro causa un daño físico y moral que ningún ser humano querría padecer. Es una premisa muy básica vista desde una lectura de un blog -todo un lujo-, pero ciertos sujetos no pueden con ella. También es sencillo comprender que porque el otro simpatiza por otros colores, tiene el mismo derecho a vivir y existir como uno mismo. Punto. No hablamos de que todo individuo deba saber si Napoleón Bonaparte fue un conquistador del imperio francés en el inicio del siglo XIX o un atleta semifondista olímpico.

La lección en limpio: no pegar, el simpatizante rival tiene derecho a existir (y Napoleón fue un conquistador francés).

Un saludo cordial y hasta el próximo muerto.

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