16 de febrero de 2007

El beso de la niña


Cada semana, en cada informativo, boletín de noticias o sección de internacionales en los diarios se produce un bombardeo de imágenes morbosas, en las que, muchas veces, algún cadáver desparramado, carbonizado o descuartizado de algún niño sobresale entre algún escombro en alguna ciudad maldita de Irak u otro país árabe víctima de los desidios de Estados Unidos.

Con el objetivo de pretender transmitir una realidad al mundo, las agencias de noticias (casualmente dos de propiedad angloparlante, Reuters y Associated Press, AP) abusan de este recurso para sensibilizar a la opinión pública. Sin embargo, a fuerza de reiterar este tipo de impacto, las imágenes ya se interiorizan por el espectador con cierta naturalidad, como algo cotidiano. De manera que aquella meta original queda neutralizada, cuándo no, banalizada.

Total, los chicos que mueren en los países árabes son lejanos y ajenos a los receptores de la información en Barcelona, Nueva York, Buenos Aires o Guadalajara.

Hace unos días, conocí a un grupo de chicos que realizaban clases de apoyo en una humilde sala ubicada en el barrio antiguo de Rabat. Las maestras me invitaron un té berber exquisito, me enseñaron grafías del árabe; yo les hablé de Argentina y otros países que tuve la suerte de conocer. Las responsables, Hanane, Naima -que vestía un jersey con la insignia de la "Yihad", aunque sihn tener la menor idea de lo que es- y Jashiza, ayudan a estos niños por amor al arte, sobre todo, y, claro, por una insignificante remuneración.

Una noche, cuando acabó la clase, subí a mis brazos a un nena preciosa (de rosa en la foto), de unos cinco años, muy simpática. Regalaba besos a todos. Una barbie al estilo marroquí. Cuando la miré me acordé de los niños de Irak, de los mercenarios fotógrafos de la agencia AP. Quién sabe, pero, quizás, este barrio puede ser objetivo militar de algún ejército en el futuro. Que estos bárbaros de América del Norte son capaces de todo visto lo visto.

Estos chicos respiran, ríen, juegan, como los de cualquier otro lugar del mundo. Su vida vale lo mismo, aunque ciertos intereses no lo vean así, aunque se equipare a la de un perro. Mierda, que esta chica me dio un beso y me dejó la mejilla muy mojada. Imaginarla en plano americano junto a un coche explotado y un mercado popular despedazo me desangra, me asfixia.

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