22 de febrero de 2007

La madre que los parió

Una veterana profesora de Demografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona lagrimeaba por los pasillos del recinto: sus pupilas tienen pocos hijos, o nos lo tienen, o no los pensaban tener, según opinaban en la clase. Es un mal a escala europea y de los países desarrollados (dicen que EE.UU, Japón y otras economías complices también integran con esa élite). El hombre blanco bien alimentado está en peligro de extinción en esas regiones, advierten los expertos a través de sus informes.

Pero el mundo es diverso y extenso. Y, de alguna manera, otros pueden compensar este déficit. No hay por qué preocuparse, porque Jnia ha cumplido con la función vital de la mujer catorce veces. Siete mujeres y siete varones viven en el segundo piso de la calle Malahe Darebe Alfouki del barrio, número 255, de El Jdid, en Fez (Marruecos). Después de haber visitado la sala de partos catorce veces, Jnia ya no vive para relatar su proeza. También cuentan las buenas lenguas de esta ciudad que, hace tres años, una madre del barrio parió a Benjamín, el miembro número dieciocho de la cartilla familiar.

En los países desarrollados, uno de los motivos que argullen las negacionistas de la maternidad es que no pueden mantener a los hijos no natos. En el norte de África, el poder adquisitivo medio es entre tres y veinte veces inferior al de la Liga de Países Ricos y, a pesar de ellos, arriesgan sus fichas en el tablero de la vida.

Jnia ha tenido que hacer lo que Conchita, Michelle, Adriana o Stephany están dejando de hacer. Por lo que no sabemos si habrán muchos de estos nombres en los registros civiles en cincuenta años. Los que sí completarán los casilleros hasta los pies de página serán los Ecran, Sarah, Shazmina y las descendientes de Ismael, hijo de Ibrahim.

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