3 de septiembre de 2007

Cosa Nuestra

En la Argentina se ha tomado muy a pecho aquello que la identidad de Las Pampas es sustancialmente italiana. La herencia de diversas artes y sabidurías lo corrobora. Aquí se contabilizan excelentes cocineros de pizza a la piedra y spaguetti con salsa carbonara. Aquí sobran charlatanes, gestos elocuentes y efusividad hasta para anunciar un ligero resfrío invernal. El engaño o la tropelía hacia el prójimo es tan corriente como la moneda de veinticinco centavos. Por desgracia, otros caracteres propios de la cultura italiana mediterránea se han traslado a nuestro cotidiano vivir con sorprendente vigor. No cabe mejor -al menos no se me ocurre otra más cercana- descripción para el funcionamiento de la Argentina actual como la de una gran familia mafiosa.

La Camorra determina en sus asambleas el sentido de las calles en la ciudad de Napoli. La red mafiosa abraza al alcalde o gobernador de la región tanto como a la anciana que barre su vereda en un barrio periférico. Los napolitanos, como es de esperar, sacan rédito económico al estar ligados de alguna forma con los narconegocios y chantajes de la mafia dirigente. Con un poco dinero, todo tiene solución. Todo es todo. De vez en cuando, la anciana, con la espalda a la miseria, debe limpiar sangre. Pero allí nunca pasa nada. Ni rastros. Le dicen la Cosa Nostra en Sicilia. Que nadie se meta. ¿Queda claro?

El mecánico de la esquina me contó hace unos cinco años, durante los peores meses de la crisis argentina, que un comisario de la seccional del barrio había intercambiado el motor de su coche por unos fusiles de cañón largo con una banda dedicada exclusivamente al delito. He escuchado y leído sobre incontables historias semejantes para todos los gustos en América latina y el mundo. Sin embargo, lo que más me ha indignado es como el espíritu de la extorsión, el soborno o el robo de aquello que no es vigilado se ha convertido en la forma de hacer las cosas de forma natural y sistemática, por no decir única, de casi todo la sociedad. Pongamos por caso, la argentina.

Lo desalentador es que de otra forma las cosas ya no parecieran funcionan. O tranzas o te quedás afuera. Diferentes gobiernos demandan sobornos a las empresas multinacionales como vía exclusiva para otorgarles el negocio. Si no se abona determinada suma en la cuenta del juez antes de la medianoche, se pierde la causa. La vida económica, política y social a pequeña escala se rige por los mismos patrones. "Si no ponen la plata, no nos movemos..". Escuelas, fundaciones, hospitales, clubes, asociaciones sin fines de lucro, agrupaciones políticas, comunas barriales; afecta a todas por igual, sin discriminación. En todas ellas hay un capo con su aura de protección, un intocable. Rodeado por guardaespaldas invisibles, el ególatra y todopoderoso contrae matromonio con la impunidad tercermundista.

Lo que llama en verdad la atención -señala el escritor Javier Marías- es encontrar todavía en la sociedad personas cívicas y honestas.

Sin ley, autoridad y con una Justicia que sólo opera para que el telediario de Televisión española informe que "en la Argentina vuelven a triunfar los Derechos Humanos", el terreno está allanado para el éxito de la gran familia mafiosa.

El problema se presenta cuando uno se niega a "colaborar" con el circuito mafioso. La propia familia, la debilidad en el manual del buen Al Capone, puede ser utilizada para atemorizar. Si no, de forma directa, se elimina a quien sabe lo que no debe saber.

AL CAPONE

La corrupción es en parte consecuencia de sueldos precarios y la ausencia total de organismos de control, quién lo duda. Pero, sobre todo, de una cultura de hacer las cosas, por norma, por debajo de la mesa. No obstante, no basta con acusar a la clase política de "corrupta". Recurso a mitad de precio y caducado. La colaboración de una importante porción de la ciudadanía -y los que viven en el campo también- la consolida. Le guiña el ojo. Y la motivación también viene desde arriba. Las telefónicas estafan: sus usuarios buscarán la forma de engañarla. Si el fisco no es de fiar y no aplica las medidas por igual: ¿por qué habría que pagar los impuestos al pie de la letra?

La cultura, decía. Robarse las toallas del hotel, las cucharas del avión. Ante la mínima posibilidad, sácate.
Coimear a la Policía después de cometer una infracción de tránsito. Al uniformado, pienso yo, ¡qué más le da que uno aprenda la lección o que disminuyan los accidentes de tráfico! El agente cobrará la mismo a final de mes, ¿no? El infractor, entretanto, sólo piensa en salir del apuro a bajo costo. Negocio cerrado por diez pesitos.

Esta cultura también incorpora a un ejército de personas cuyo único aporte a la sociedad es el de no permitir que otros individuos puedan progresar profesional o socialmente. La mafia no tolera competencia. Si la hay, se tomarán todas las medidad necesarias para suprimirlas: el juego sucio.

Por otra parte, me preguntaba: ¿El poder y el dinero son susceptibles de seducir a cualquiera?
¿Heidi podría tentarse para arrebatarle la billetera a su santo abuelito en Los Alpes suizos mientras éste duerme plácidamente la siesta?

2 comentarios:

Luci dijo...

Por otra parte, me preguntaba: ¿El poder y el dinero son susceptibles de seducir a cualquiera?


Diego, te consta que no somos todos iguales.
Que muchos estamos luchando por la difusión, salir de la "lista negra" eterna a que nos recluyeron, el pensamiento cívico y de una retribución justa y democrática.

El germen de la instalación de las mafias en Argentina se sostiene en la desproporción de los ingresos de los trabajadores y dueños, socios, cómplices y entenados.

Pongo un caso que te toca de cerca.


El año pasado la Gobernación de San Luis (me enteré en un viaje de turirma a la provincia, no por militancia política de ningún partido) hizo un llamado a piqueteros y usuarios de planes para recoger la cosecha de papa.
El sueldo de $600 (doscientos dólares aproximadamente, por los extranjeros que te leen) era libre de gastos de vivienda e incluía pensión completa.
No hacía falta renunciar a planes ridículamente llamados Jefes y Jefas (porque no hay mayor discriminación que un inoperante cambio de vocales).
Pedían 1000 personas, se presentaron 45. Leíste bien. 45.

Paralelamente, Gran Hermano convocó al público para ser espiado en vivo y en directo. Ya no hace falta ocultar la observación para control.
(¿Leíste "La vida de los hombres infames, de Foucault? Imperdible)

El Estado metido en nuestras vidas privadas explícitamente y sin encubrir la verguenza con que se nos degrada para sostener monarquías e imperialismos del Norte.
Hubo 12.000 interesados que llegaron a golpear las puertas, con sus viditas mediocres, para ser condenados por la máquina de picar carne que es la tevé.
12.000. No es chiste.

Hoy un kilo de papas pasó de costar $1.- a costar $5.
¡¡¡Cinco mangos el kilo de papa!!!

¿Creés que el periodismo que se ocupó de ningunear a las personas que concientizamos el cambio no es cómplice de esta estrategia de sálvese quien pueda?


¿Por qué estimás que estoy gritando y difundiendo por la red?
¿Para entretenerme porque soy una señora burguesa a lo Tamara Di Tella o porque fui víctima de las mafias y las contramafias de mi bendito país?


Insisto que habilitar moderación de comentarios es tener temor a la libertad de expresión, de asociación lícita y de reunión.
(Igual con la promulgación reciente de la Ley Antiterrorismo ya estamos en manos de la decisión con que nos califique la Cosa Nostra)


Estoy creando un sitio que se llama:

http://vamosahablarsinmiedo.blogspot.com
¿Puedo agregar esta editorial?


No sólo de poesía y humor vive el hombre (y la mujer ja ja ja).

Diego Gueler dijo...

Lucía, plenamente de acuerdo.

Podes incluir este post en el blog mencionada.